Como en todo el mundo, la lucha contra la pandemia continúa en México. Aun así la cifra oficial de muertos supera 212 mil.

Aunado a esta situación está la pérdida de empleo de muchos mexicanos como consecuencia del virus, como le pasó a Efrén Villegas, ingeniero eléctrico.

“Los primeros meses todo marchaba bien, hasta que un día empecé con malestares ya conocidos”, dijo.

“Mis jefes eran italianos y no les gustaba la idea de faltar al trabajo. Asistí tanto como aguanté, hasta que caí en cama. Los italianos me pidieron la prueba de sangre para justificar mi ausencia, pero yo no tenía dinero para hacerla. En ese momento costaba más de 3 mil pesos”, dijo.

Al igual que otros mexicanos, Villegas tuvo que pedir ayuda a sus familiares, pues para ese momento estar de pie ya era difícil. Se aisló en la habitación de su pequeña hija por más de 30 días porque, según le dijo el médico, “le pegó fuerte el coronavirus”.

“Pues, somos una familia donde se come porque se trabaja; si no se trabaja no se come. Así que no me quedó más que hablar con mis primos para que me ayudaran con el dinero de la prueba”, dijo el veracruzano de 42 años.

“Después, tuve que pedir ayuda por los medicamentos. Eran los primeros meses y los doctores te mandaban muchos medicamentos porque no había un tratamiento acertado o conocido”.

Falta mucho para que los mexicanos puedan dejar los tapabocas, ya que su país no es de los más rápidos en el proceso de vacunación. Los empleos se han visto afectados. (Anshu A /Unsplash)

Sin embargo, la situación se puso peor cuando los patrones de Villegas decidieron prescindir de sus servicios, debido a que no creían en el virus.

“Pues, un día mi esposa me leyó el mensaje, porque yo no podía sostener el celular, ni verlo, ni escribir. Era un mensaje donde me daban las gracias por el tiempo laborado. Entré en pánico porque no sabía qué se venía y porque tampoco tenía seguridad social y ya había pedido mucha ayuda a mi familia”, dijo.

Así, de un día para otro, Villegas se enfermó, cayó en cama y perdió su empleo.

No sería el único en perder su fuente de ingresos en el país. Cifras del Inegi reportaron que en el pasado mes de febrero la tasa de desempleo en México cerró en 4.6% en el último trimestre de 2020, un incremento de 1.2 puntos porcentuales frente a la de 3.4% del mismo periodo de 2019.

Al mismo tiempo el gobierno mexicano estima que hasta ahora, más de 2.3 millones de mexicanos han padecido COVID-19; sin embargo, día a día la cifra crece frente a una acotada campaña de vacunación que no alcanza a cubrir ni a los adultos mayores ni a médicos y demás personal en primera línea.

Ha sido un año muy largo para la población mexicana, que ha tenido que enfrentar la pandemia con confusión en las recomendaciones oficiales. La economía se contrajo y el índice de desempleo creció.

Muchos trabajadores mexicanos no tienen acceso al Instituto Mexicanos de Seguro Social, por lo que no pueden cubrir sus gastos médicos si se enferman de coronavirus, ni recibir asistencia si se quedan desempleados. (Gobierno de México)

Las opciones son limitadas, a pesar de las supuestas protecciones a nivel federal.

“Actualmente, hay una larga fila de casos en las Juntas de Conciliación y Arbitraje de todo el país, porque con la pandemia llegaron también los despidos injustificados, siendo que por disposición oficial nadie podía ser despedido. Las juntas ya llevan unos meses abiertas, pero el desfogue de casos es lento”, dijo Leandro Márquez, licenciado en derecho laboral.

Las esperanzas de la población ahora están puestas en el esquema de vacunación, para que se alcance cierto nivel de inmunidad. Sin embargo, para muchos analistas en salud dicho esquema es lento, debido a que México no fue de los primeros países en comprar vacunas.

Mientras tanto, la situación laboral está estancada.

“Aún no logro colocarme en una empresa; lo he intentado”, dijo Villegas.

“Pero gano dinero haciendo reparaciones eléctricas en casas de familiares y conocidos. No puedo bajar la guardia porque tengo una esposa y una hija que mantener, pero también doy gracias a Dios que mi salud regresó, aunque a veces aún me siento sofocado”.

(Editado por Melanie Slone y LuzMarina Rojas-Carhuas)



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